Comentario
La memoria de Luis IX (los buenos tiempos del señor san Luis) pesaría como una losa sobre sus descendientes. Los años de bonanza terminaron y la crisis económica empezó a llamar a las puertas de Europa. Nuevas formas de entender la política, además, chocaban ásperamente con las concepciones del santo rey.
En lo referente a la concentración de tierras, la fortuna política siguió acompañando los titulares de la Corona francesa después de 1270. Al año siguiente el heredero de Luis, Felipe III, incorporaba al dominio real el "apanage" de su tío Alfonso, muerto sin herederos: Tolosa, Poitou y Auvernia. Cuando este monarca desapareció en 1285 tras una desastrosa expedición contra la casa real aragonesa, su heredero, Felipe IV, a través de su mujer, Juana de Navarra, incorporaba este reino y el condado de Champaña a la esfera política Capeto.
Pocos gobernantes de la Edad Media han sido objeto de tanta controversia como Felipe IV de Francia que, en buena medida, sigue siendo poco conocido ¿Primer monarca absoluto o mero juguete en manos de sus ministros? ¿Ferviente cristiano que llevó su celo hasta la crueldad o hipócrita sin escrúpulos? En cualquier caso, las situaciones de escándalo que jalonaron su reinado hacen de su gobierno algo así como el reverso de la medalla del de su abuelo.
Felipe IV gobernó apoyado en un equipo de legistas que dieron un fuerte impulso al proceso de centralización: Pedro de Flote, Guillermo de Nogaret, Enguerando de Marigny, buenos especialistas en Derecho romano. De su mano, el reino de Francia se aproximó a las concepciones de un Estado moderno que tenía que vencer múltiples resistencias, algunas de ellas doblegadas con extremada dureza
Los problemas financieros están en la base de muchas de las impopulares decisiones tomadas por el rey. Sus manipulaciones monetarias le valieron ser motejado de "monedero falso". Los prestamistas judíos y lombardos vieron su actividad económica tan coartada que los últimos emigraron del reino. Graves alteraciones urbanas (la más seria en París en 1306) fueron la réplica popular a ciertas medidas económicas.
En la búsqueda de nuevas fuentes de ingresos, Felipe IV provocó dos graves conmociones: el enfrentamiento con la Santa Sede y el proceso contra los templarios.
La percepción de tasas sobre los bienes del clero francés por los agentes reales y el contencioso a propósito de la diócesis de Pamiers enfrentaron al rey de Francia con el papa Bonifacio VIII, el ultimo gran representante de los ideales teocráticos pontificios. La pugna, jalonada por la publicación de algunas importantes bulas pontificias, sirvió a Felipe IV para reafirmar la autonomía de su reino frente a las intromisiones pontificias. En efecto, en 1302, la asamblea de los Estados Generales convocada por el rey en París supuso el apoyo a Felipe IV de las fuerzas vivas del país que fueron, así, creando una vaga conciencia de nacionalismo religioso galo. Al año siguiente, Guillermo de Nogaret, mediante un golpe de mano que contó con la complicidad de los enemigos domésticos de Bonifacio VIII, se apoderó por un momento de la persona del Pontífice con ánimo de abrirle proceso. Ni la liberación del Papa ni su muerte al poco tiempo borraron la afrenta. En los años siguientes, el pontificado abandonaría Roma para trasladarse a Aviñón. Fue un importante efecto del enfrentamiento entre la cima del poder eclesiástico y la realeza francesa.
Tan escandaloso como el choque entre Felipe IV y Bonifacio VIII fue el infamante proceso abierto a los templarios desde 1307.
Replegada a Occidente tras la pérdida de las últimas posiciones en Tierra Santa, la Orden había perdido mucho de sus funciones militares para convertirse en una gigantesca máquina financiera con ramificaciones internacionales. Sus riquezas debieron despertar la codicia de Felipe IV acosado por problemas económicos. La acusación de prácticas exotéricas, sodomía o blasfemia ritual no se tenían en pie pero dieron cobertura a una minuciosa investigación que llevó a la hoguera a las principales jerarquías del Instituto incluido a su maestre Jacques de Molay ejecutado en 1314.
Respecto a la política exterioor de Felipe IV, éxitos y contratiempos fueron alternándose. Incidentes navales entre marinos de Francia y de Inglaterra indujeron al monarca francés a hacerse con la Guyena británica. Varias campañas que se desarrollaron entre l254 y 1299 fueron favorables a las armas francesas. Por un nuevo acuerdo suscrito en París en 1303 Felipe IV cobraba el Agenais y el Este de Gascuña dejando a su rival reducido a una franja litoral.
Peores resultados obtuvo el monarca francés en su intento de anexionarse Flandes. En 1302 las fuerzas de ocupación francesas fueron masacradas en Brujas y la brillante caballería de Felipe IV sufrió un rudo descalabro en Courtrai a manos de las milicias ciudadanas. Una nueva expedición en 1304 permitió, sin embargo, al Capeto incorporar a su reino las plazas de Lille, Douai y Bethune. Dos años antes de su muerte (1314) Felipe añadía al dominio real Lyon y sus términos. Algunos autores han pensado que el monarca francés tenía ya clara una política de fronteras naturales para su reino: el Rin, los Alpes y los Pirineos. Los sucesos que se fueron desencadenando a partir de su muerte harían que la materialización de tal aspiración tuviera que esperar a tiempos mejores.